domingo, 22 de enero de 2012

Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven.

Aquella aburrida tarde de domingo en la que el sol había decidido jugar al escondite, ella decidió dedicar la tarde a hacer algo que hacía tiempo que no hacía y que realmente le gustaba, leer.
Comenzó a leer el último libro de su escritor favorito 'Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven', de Albert Espinosa. No sabía por que ese libro la llamaba tanto si ni siquiera sabía de que trataba, pero algo la llamaba a leérselo. Algo dentro de sí misma le obligaba a hacerlo, y al fin lo hizo.
Cada palabra que leía, cada página que avanzaba, se daba cuenta de que en cierto modo ese libro estaba echo para ella. Era como una señal del destino.
Se sumergió en el libro metiéndose de pleno en la historia y viviendo lo que los personajes vivían, lo hacía con todos los libros, pero con este fue especialmente mágica la experiencia.
El libro hablaba del desamor en una pequeña parte, a la vez que te va contando su historia y el por qué es como es ese 'pequeño gigantón'. En una parte de la historia te cuenta algo que a él le marcó, la muerte del Sr. Martín. Cuando ella estaba leyendo esa parte, sumergida totalmente en la historia, una lágrima brotó de sus ojos y resbaló por sus mejillas lentamente. Luego otra, y otra, y otra. Ella quería que las lágrimas dejaran de salir de sus ojos, pero no pudo controlar sus acciones. Cuando se dejó vencen y perdió su batalla interna se apoyó derrotada contra el respaldo de la silla y simplemente lloró. Lloró por la historia (que cosa más estúpida podréis pensar, pero ella es muy de llorar con estas cosas) y lloró por él. Lloró porque en menos de una semana toda su vida se había derrumbado, estaba cansada y no quería saber nada de nadie.
Tras un rato llorando, se convenció a sí misma para dejar de hacerlo. Ella era fuerte, ella es fuerte. Además, la semana tampoco había sido tan mala, lo mejor sin duda el fin de semana. Y al recordar aquellos momentos de risas locas del viernes y del sábado, una ligera sonrisa apareció en su cara y finalmente esa ligera sonrisa se volvió enorme cuando su madre entró en la habitación y le dijo: María cariño, ya está la cena, cierra el ordenador. Te espero en la cocina. Y se fue dedicándole una mirada llena de ternura, de una ternura especial, la que solo saben mostrar las madres.

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