martes, 14 de agosto de 2012

Y así estamos.

Mientras tú piensas que yo me he olvidado de ti yo estoy aquí, con ganas de decirte que pese a que soy una indecisa y no sé ni lo que quiero lo cierto es que no puedo dejar de pensar en ti ni un momento. Y es que me da miedo reconocerlo, pero me gustas más de lo que quiero. Es cierto que hay muchísimas cosas de ti que no me gustan, que odio, pero eso te constituye a ti, forma parte de ti y si lo cambiases no serías el mismo.
Es cierto que hoy por hoy, ahora, no puedo decirte 'te quiero' pero sí que me gustas.
El único problema en todo esto es que no tengo el valor suficiente para  hacerlo.

No puedo estar sin ti, no hay manera.

No quiero nada serio, pero tampoco quiero que seas de otra. No quiero que me digas: 'te quiero', pero tampoco que se lo digas a otra. Ni si quiera me pareces guapo, tu personalidad no es precisamente mi prototipo ideal de persona pero tienes algo, un algo que inevitablemente me atrae. Una voz en mi cabeza me grita que soy estúpida, que no te haga caso, que corte por lo sano, que no me convienes y que tengo muchas cosas en juego como para arriesgarme a tirarlas por la borda por ti, pero de fondo se escucha un leve susurro que se mofa de mi diciendo: te gusta.
A veces las voces que chillan tapan el susurro, a veces el susurro es tan fuerte que los chillidos callan agotados.
No sé qué hacer, no sé si me gustas, no sé si 'te quiero'.
No me veo contigo, no me veo yendo por la calle de la mano y presentándote como algo más que un amigo. No me veo contándote mis problemas, mis angustias, mis letargos, no me veo confiando en ti, no me veo hablando contigo de sexo, ni mucho menos haciéndolo contigo. Simplemente no nos veo.
No sé si es porque tú te cierras en ti mismo y no confías en mi, o si es que yo no hago porque confíes en mi.
No pretendo que me entiendas o que confíes en mi porque ni yo misma lo hago, no pretendo que me quieras porque no sería mutuo. Pero no quiero que me dejes de lado, ni que me olvides, ni que te vayas con otra.
Sé que no tengo derecho ni si quiera a opinar sobre tu vida, al fin y al cabo ni siquiera somos nada, pero no puedo evitar el que me fastidie saber algunas cosas.
Definitivamente, soy peor que el perro del hortelano: ni quiero, ni dejo querer.


Una palabra puede cambiar la inmensidad.

En una sala pequeña, alumbrada por una lámpara que emitía una luz cegadora, se encontraban dos personas que hace tiempo lo habían sido todo el uno para el otro. Se miraban sin mirarse, evitando encontrar el contacto con los ojos del otro, y de repente una pequeña voz susurró algo que rompió el silencio: te quiero.