lunes, 20 de febrero de 2012

Las princesas también lloran.

Y es que a veces es bueno llorar. Sacarlo todo, no dejar nada dentro. Puede que seas de esas personas que les cueste la vida llorar, o por el contrario, puede que seas de esas que lloran a la mínima. Yo me considero una persona de lágrima fácil, pero no puedo llorar en todos los lugares ni con todas las personas. Para llorar necesito estar en soledad, y si es encerrada entre esas cuatro paredes violeta decoradas con cientos de recuerdos, mejor. Necesito saber que nadie me ve ni me oye. Necesito que la gente siga creyendo que soy fuerte, que no tengo puntos débiles. Tengo la extraña sensación de que si la gente descubre que soy más frágil de lo que piensan podrán atacarme con más facilidad, y así es. Puede que de vez en cuando me lo merezca, pero no siempre. Pero por encima de todo, puede que mi miedo a que me hagan daño de nuevo me supere. Por eso necesito crearme una coraza encima de un armazón, encima de una armadura que protegerán mi débil y frágil corazoncito de mantequilla. Y si alguien osara romper alguna de esas tres capas, siempre se encontrará con otra por debajo. Y si por algún casual llega a romper todos los muros que hay antes de mi corazón, si eso sucede, estaré realmente perdida. Me hallaré débil e indefensa expuesta a las burlas, críticas y mofas de la sociedad.
Se podría decir entonces que me hallo encerrada en mi misma y que para llorar necesito la más absoluta de las soledades y estar metida dentro de mi cárcel particular.

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