sábado, 17 de agosto de 2013

Coleccionista de recuerdos enterrados en arena de la playa.

Después de un largo viaje desde una ciudad escondida dentro de la península por fin llegas a aquella ciudad costera tan anhelada. Me encanta el mar, quizá sea por su inmensidad, quizá porque lo tengo lejos durante todo el año y solo lo disfruto unos días, no sé, pero me encanta.
Me encanta sumergir mis pies en la arena, respirar y oler a mar. Extender la toalla, mirar a la nada y a todo. Mirar aquel punto donde el mar y el cielo se hacen uno, donde todo acaba, o todo empieza.
Me encanta tirarme en la toalla, disfrutar del sol, relajarme, cerrar los ojos, y olvidarme del mundo, simplemente escuchar el ruido de las olas y sentir como se aleja poco a poco de mi cabeza.
Me encanta bañarme en el mar, sentir las olas golpeando levemente toda la superficie de mi piel, sentirme ligera, sentir que no valgo nada, que no soy nada en la inmensidad del universo.
La gente colecciona cosas, sellos, mariposas... Yo colecciono arena de la playa, de cada playa a la que voy intento traerme una botellita de arena, que irá a parar a mi habitación, en una estantería, cogiendo polvo, pero con el fin de recordarme lo bonito que es el mar, lo grande que es el mundo y lo pequeña que soy yo.
Ese arena está destinada a recordarme momentos únicos, irrepetibles, efimeros. Está destinada a recordarme que existe un lugar donde todos mis problemas se olvidan, donde nada es tan malo como parece. Está destinada a hacerme volar.

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