viernes, 28 de marzo de 2014

28 de marzo, sumando años.

Más de un año enamorada de una cara que no era la suya de verdad, de la parte de él que quería mostrar. Tres años de que le conocí, yo no creo en los flechazos, pero lo nuestro lo fue, vaya que si lo fue. Las primeras palabras intercambiadas fueron imbéciles, las conversaciones absurdas, pero había algo en él que me hizo estar enganchada horas y horas. Cada día que hablábamos, cada hora juntos era como un chute de alguna droga de diseño, de las que te hacen volar, flotar, sentir una estampida en el estómago, ponerte roja de los nervios, de las que te sacan la sonrisa tonta y hacen que te brillen los ojos... Cada día, cada chute, me hizo volverme adicta a él, a su manera de hablar y de ser, y a la cara que él me mostraba. Una cara que no era la suya, que cuando le di la oportunidad de mostrarme la de verdad me volvió a fallar, van cuatro veces y siempre con la misma dinámica, cuando mejor estoy y más decidida me encuentro a volver a hablar con él descubro por casualidad otra cara más del dado. Se te acaban las caras, y yo me he cansado.
Aun así, otra vez más, volvemos a caer en la tentación de un nuevo y último pico. Y de nuevo después del subidón del pico viene la depresión, la melancolía y el peor de mis castigos, los recuerdos.

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